Opinión

El PRI cada vez se queda más solo

La reciente expulsión de Enrique Galindo Ceballos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), impulsada por la diputada Sara Rocha, representa un golpe profundo para un partido que atraviesa una de las etapas más críticas de su historia. Esta decisión, aparentemente unilateral, pone de manifiesto no solo la fragilidad interna de la dirigencia priista, sino también su incapacidad para anteponer el interés colectivo al personal.

Galindo Ceballos, actual alcalde de San Luis Potosí, ha sido una de las figuras con mayor proyección y aceptación en el ámbito político local. Su gestión ha destacado por su enfoque en la gobernanza eficiente y la cercanía con la ciudadanía, cualidades que lo posicionaban como una de las pocas esperanzas del PRI para recuperar espacios significativos en las próximas elecciones. Sin embargo, en lugar de aprovechar su liderazgo para fortalecer la estructura partidista, el PRI ha optado por excluirlo, debilitándose aún más frente a sus adversarios.

Esta expulsión no solo carece de sentido estratégico, sino que también está impregnada de un evidente ánimo revanchista. La decisión, encabezada por Sara Rocha, parece más un acto de vendetta personal que una medida basada en los principios democráticos o en el fortalecimiento del partido. Al actuar de esta manera, la dirigencia priista demuestra su desconexión con las demandas de la militancia y de los votantes que exigen unidad y renovación.

Más allá del impacto político, esta decisión podría ser impugnada. La forma en que se ha llevado a cabo el proceso parece carecer de fundamentos sólidos y, de confirmarse su unilateralidad, abriría la puerta a un recurso legal que podría reinstaurar a Galindo en las filas priistas. No obstante, el daño a la imagen del partido ya está hecho.

El PRI se encuentra en una encrucijada: sus liderazgos, en lugar de construir puentes, dinamitan las pocas bases que le quedan. En un escenario electoral cada vez más competitivo, decisiones como esta solo proyectan un PRI debilitado, fragmentado y carente de visión a largo plazo.

Si la expulsión de Galindo se sostiene, el PRI estará renunciando a la oportunidad de reconstruirse sobre bases sólidas y con liderazgos frescos. Esta acción, motivada por el coraje y las pugnas internas, deja claro que el partido no ha aprendido las lecciones de su debilitamiento progresivo.

En un momento en que la unidad es indispensable para enfrentar los desafíos electorales y sociales, el PRI está enviando un mensaje de división, intransigencia y decadencia. Si el partido no rectifica su rumbo y privilegia el interés personal sobre el colectivo, su futuro será aún más sombrío, dejando a sus simpatizantes con la desoladora certeza de que la esperanza de renovación se disipa entre las manos de una dirigencia desconectada.

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